-No te confundas, Christina, yo anhelo tu tacto, pero eso no implica que merezcas que te deje tocarme -dijo rotundo y autoritario-. Ahora ven a comer que nos están esperando.
Christina sintió como su corazón dejó de latir, muriéndose de la pena y no le quedó más remedio que obligarse a caminar, cuando Santiago giró a mirarla con semblante displicente. Lo siguió porque su cerebro no consiguió procesar hacer otra cosa, se mordió de nuevo el labio, solo para obligarse a no llorar, a no soltar ni una sola de las malditas lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos. Se sentó en la mesa junto a él y se instó a disimular, recibiendo la cena que agradeció con una sonrisa a medias.
Santiago, comenzó a comer como si nada y Christina comprendió que había algo peor que estar lejos de él: su indiferencia. Todo indicaba que al tomarlo desprevenido este la había besado, pero al retomar la compostura, le dejó claro su desinterés... O algo así. «Yo anhelo tu tacto, pero eso no implica que merezcas