Christina acomodó los codos sobre las rodillas y escondió la cara entre las manos, sentía
muchísima vergüenza con Roswel, con Santiago, tenía pena ajena. Su madre era un ser
despreciable, ruin y repugnante. Tenía ganas de volver a su apartamento, olvidar que la había parido y abofetearla. Sintió impotencia, rabia, angustia, una vorágine de sentimientos que la sacudían llevándola por los rincones del odio y la amargura.
-¿Dónde está? Necesito verlo, por favor.
-Solo sé que está con su familia materna, allá en el pueblo. Dejo su teléfono porque los
proveedores llaman ahí, no se llevó ni la tablet, ni la laptop, nada. Tengo este número -explicó, copiándolo a un papel-, que es de la casa donde vive, pero solo está ahí por las noches, por lo general me llama él a mí para saber de la tienda.
Christina recibió el papel con manos temblorosas, sentía que se desmoronaba, quería correr hasta él, pedirle perdón, decirle que había sido una tonta. Tenía ganas de llorar, pero se aguantó.
-Llama a su