El sábado por la mañana, Christina caminó en círculos por toda la sala intentando armar un discurso coherente para hablar con Santiago. Quería explicarle que lo amaba, aunque una parte de sí le guardaba rencor, odiándolo y que no quería vivir sin él ni un minuto más. Giró los ojos hacia arriba, al darse cuenta de lo mal que eso sonaba. Se tocó el cuernito de unicornio que le pendía del cuello, un nuevo tic que había desarrollado cuando estaba ansiosa.
El teléfono sonó y corrió a tomarlo como si fuese él, solo para llevarse la decepción de que
obviamente no lo era, tenían casi tres meses sin hablarse. Saludó a su padre que estaba furioso, se acababa de ver con su madre y como siempre, terminó muy frustrado. Tilza insistía en que no le daría el divorcio de ninguna manera y que sí tanto lo quería, tendría que cederle la totalidad de la propiedad de la casa, así como una buena suma de dinero, además de otros bienes de la comunidad conyugal. Darwin, que en cambio le ofrecía la mitad de tod