72. Límites difusos
El silencio por la revelación de Rita se rompió cuando Jeremy apareció tras la puerta, susurrando el nombre de su esposa con angustia. Nathan abrió y el anciano se detuvo en seco, como si su cuerpo se negara a aceptar lo que veían sus ojos. La incredulidad drenó el color de su rostro, sus piernas flaquearon y tuvo que aferrarse al marco de la puerta.
—Entonces… era verdad —murmuró con la voz temblorosa.
Nathan avanzó rápido y sostuvo el brazo del hombre antes de que cayera.
—Siéntate, Jeremy.
Su voz no dejaba espacio a discusión.
El mayordomo obedeció sin resistencia, hundiéndose en la silla más cercana. Sus manos temblaban sobre sus rodillas y su mirada iba de Nathan a Isabella, incapaz de enfocarse en uno solo. Cuando al fin se detuvo en su esposa, su expresión se quebró.
—Señor… lo siento, yo… —Su voz se rompió y se llevó las manos al rostro—. Rita y yo lo comentamos, pero… Dios… no lo creo.
Nathan sintió algo extraño en el pecho. Era la segunda vez en su vida que veía a Jeremy per