124. Tiempo de sanar
Nathan dejó caer el periódico sobre la mesa de la terraza. En la foto en blanco y negro, James Kingston se mantenía solitario bajo la lluvia, viendo cómo el ataúd de Amelia descendía en la tierra húmeda.
El recuerdo de Amelia lo asaltó con la misma fuerza de siempre. Rabia. Traiciones. Un final abrupto. Nunca fueron cercanos, pero compartían sangre… y ahora ella se había ido para siempre.
El viento sacudió las cortinas, arrastrando consigo el aroma del café recién molido y la hierba cortada, mezclado con las risas de Emma en el jardín.
Nathan ajustó la bata sobre el vendaje. Se incorporó con cautela, pero una punzada en el pecho lo detuvo en seco. Masculló una maldición y forzó su cuerpo a mantenerse en pie.
—Deberías estar descansando —dijo Isabella desde el umbral, con una taza humeante en la mano. El sol matutino se colaba por las ventanas, dibujando patrones dorados sobre su silueta y contrastando con su cabello negro azabache—. Brennan dijo específicamente que necesitabas al men