La mañana comenzó con un murmullo suave de viento entre las hojas del magnolio. Pamela abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor de la luz filtrarse por la cortina blanca de la habitación. Escuchó risas suaves en la cocina y, por un instante, todo pareció calmo. Normal. Como una vida soñada recién estrenada.
Se levantó y bajó en pantuflas hasta la cocina. Allí, Miriam preparaba chocolate caliente, Abigail cantaba mientras ordenaba cucharitas en la mesa, y Cristhian leía algo en su teléfono, con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Todo bien? —preguntó Pamela, besándolo en la mejilla.
Cristhian guardó el celular rápidamente, forzando una sonrisa.
—Sí. Solo cosas del negocio. El proveedor del vivero otra vez... —dijo, pero sus ojos no alcanzaron a sostener la mentira.
Pamela lo observó un segundo más de la cuenta, pero decidió no insistir. Sabía que él luchaba por dejar atrás las sombras, aunque aún había cosas que lo seguían. No lo presionaría, pero tampoco bajaría la guardia.
Más tarde