La habitación estaba en silencio cuando Olívia abrió los ojos. Había dormido apenas dos horas, pero parecía haber atravesado una noche entera. El vestido rasgado seguía en el suelo, un recordatorio de todo lo que había pasado. Le dolía la cabeza por tanto llorar.
Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
—Señora… le traje su refrigerio —dijo una voz femenina del otro lado.
Olívia parpadeó, somnolienta.
—Solo un minuto, por favor… —murmuró, levantándose despacio.
Sintió que el edredón se deslizaba de su cuerpo. Se detuvo, confundida.
—¿Cómo llegó este edredón hasta aquí? —susurró para sí.
Fue al vestidor, tomó una bata y se la puso. Respiró hondo y abrió la puerta.
La empleada entró con una bandeja y la colocó sobre la mesita del dormitorio.
—Aquí tiene, señora —dijo con delicadeza.
—Muchas gracias… pero yo no lo pedí —respondió Olívia, con la voz aún ronca de sueño.
—El señor Liam ordenó que se lo trajéramos. Vine antes, pero la señora no respondió —explicó la e