Desde que Zoe encontró aquella Biblia en la biblioteca, no ha dejado de hablar de Dios, del servicio, del temor reverente como primer paso para acercarse a Él. América la escucha, a veces con atención y otras con desconcierto, sin saber exactamente qué decir. Zoe repite con frecuencia que quiere casarse y dedicar su vida a servirle a Dios, como si la fe y el matrimonio fueran parte de una misma cadena espiritual.
América no lograba comprender del todo aquellas ideas. Su crianza católica fue un recuerdo desdibujado por la muerte temprana de su madre, y ni siquiera tiene imágenes claras de las oraciones, los rituales o lo que se espera de alguien "creyente". Bárbara, por su parte, está en el extremo opuesto: si al diablo se le pudiera servir conscientemente, ella lo haría con devoción.
Después de la conversación con Zoe, América se sintió igual de confundida que antes. No supo qué pensar ni cómo actuar. Solo una idea se le instaló con fuerza: mejor esperar a cumplir veintidós. Al menos,