¿Qué hacía él aquí?
Sin tiempo para pensar en el porqué, Mateo la encerró en un cubículo del baño y le ordenó: —¡No salgas!
Después, se escucharon gritos desgarradores constantes.
En su juventud Mateo había sido rebelde e indomable, exactamente como esos matones de escuela de los que hablaba la gente. En cuanto a pelear, nunca le había tenido miedo a nadie.
Un grupo de tipos que solo tenían músculos y nada más ni siquiera era suficiente para que se molestara. Especialmente al pensar en la imagen de Ana a punto de ser apuñalada, se volvió aún más despiadado.
Cada puñetazo lo daba con toda su fuerza.
—¡Mateo, para ya!
Ana no había obedecido las palabras de Mateo de quedarse quieta en el cubículo. Abrió la puerta y lo que vio fue a Mateo montado sobre uno de los corpulentos, golpeando el rostro del hombre con puños que caían como lluvia torrencial.
Lo había golpeado tanto que el hombre ya ni podía gritar.
¡Un loco! ¡Era completamente un loco!
Finalmente alguien tuvo miedo.
Ana extendió la