En el baño de hombres del primer piso, la tensión había llegado a su punto máximo. La puerta había sido derribada a patadas y colgaba precariamente.
Habían llegado unas diez personas, todos hombres musculosos con tatuajes y actitud amenazante. El líder, un tipo corpulento de aspecto feroz, tenía al lado al rubio oxigenado que Ana había derribado con una llave sobre el hombro.
Con el rostro contorsionado de rabia, al ver a Giana tirada en el suelo se enfureció aún más.
—¡Muy bien, maldita perra, te atreves a golpear a Giana! ¡Rechazas la copa de cortesía y prefieres la de castigo!
—¡Hermanos, es ella! ¡Tienen que vengar a Giana y a mí!
—¡Hermanos, agárrenla! ¡Mientras no la maten, pueden hacer lo que quieran con ella!
—¡Maldita zorra, hoy te voy a enseñar cómo comportarte!
Entre los insultos, se arremangaron las mangas y agitaron sus brazos musculosos para agarrar a Ana y Nicole.
¿Cuándo había visto Nicole una escena así? Tragó saliva nerviosamente, se pegó contra la ventana y tanteó co