La hora favorita del día para Cyrus ya había llegado cuando se acercó al escritorio de Stella. Ella tecleaba concentrada, con el ceño ligeramente fruncido, sin notar su presencia hasta que una sombra se proyectó sobre los papeles.
—¿Lista para el siguiente entrenamiento, señorita Davison? —preguntó él, apoyando un codo en la esquina del escritorio y una sonrisa en los labios.
Stella levantó la vista, arqueando una ceja.
—¿Siempre llega tan puntual?
—Solo cuando me interesa algo —contestó él con naturalidad—. ¿Entonces, lista?
Ella dejó el bolígrafo, respirando hondo antes de levantarse.
—Sí. No quiero que luego diga que me eché para atrás.
—Jamás se me ocurriría —replicó Cyrus, haciéndose a un lado para dejarla pasar.
Caminaron juntos por el pasillo hasta el ascensor. Nadie más los acompañaba; el edificio a esa hora tenía un silencio casi solemne. Cuando llegaron al gimnasio, se separaron sin decir mucho: él hacia el vestidor masculino, ella hacia el femenino.
Dentro del vestidor, Ste