Cuando la jornada laboral finalizó y Stella subió al coche de Cyrus, sentía que el corazón le latía más rápido de lo normal. Aún podía sentir la voz calmada de la doctora resonando en su mente, empujándola suavemente hacia un lugar al que nunca había creído poder llegar.
Cyrus la observó apenas cerró la puerta, notando de inmediato el nerviosismo en ella. La verdad era que Stella había estado actuando algo nerviosa desde que regresó de su terapia, pero él no había querido ser invasivo con ella, preguntándole qué sucedía. Quería que fuera ella quien se lo contara.
Sin embargo, llegó a un punto en el que la desesperación pudo más y necesitó respuestas cuanto antes.
—¿Todo bien? —preguntó, con ese tono que solo usaba para ella, suave, casi acariciando cada palabra.
Stella asintió, aunque no del todo convencida.
—Sí… bueno, no sé. Hay algo que quiero hablar contigo.
Cyrus puso en marcha el coche, pero no arrancó enseguida. Apoyó una mano en la palanca de cambios y giró un poco