Después del aterrizar, Ignacio fue directamente a la casa de su madre, al entrar se detuvo a observar toda la ostentación que lo rodeaba, detalló el gusto exagerado de su Michaela por los objetos dorados, como si ese color brillante pudiera demostrar cuánto dinero poseía.
¿Siempre había sido así? Por supuesto… No podía engañarse, para su progenitora nada importaba más que su posición social, era una necesidad que todos supieran de sus viajes y de las personas importantes que tenía en su agenda.
La vieja empleada que toleraba a su madre y que la había sustituido por mucho tiempo mientras él crecía, salió a su encuentro.
–¡Ignacio!, no te sentí llegar.
–Acabo de entrar, ¿mi madre llegó?
–No, no sabía que regresa hoy.
–Bueno…, estábamos en la misma ciudad y se supone que partió antes que yo.
–¿Quieres que te prepare algo de comer?
–Sí, por favor, creo que ni siquiera he desayunado hoy.
–Ay no Ignacio, no