Un automóvil negro de aspecto lujoso se detuvo en la calle, del puesto del copiloto descendió un joven que abrió la puerta trasera para que apareciera un hombre rubio con elegancia innata, su rostro hermoso delataba juventud, por lo que no debería llegar a los treinta años; algunos transeúntes lo reconocieron y se detuvieron a observarlo entre maravillados y asombrados.
Él, sin inmutarse caminó, acompañado de su asistente y de dos escoltas, hacia el interior del fabuloso edificio construido hacía no más de diez años para ser sede del laboratorio donde se han dado los avances científicos y tecnológicos más impresionantes de los últimos tiempos.
–Hermano –saludó otro rubio alto y guapo al verlo llegar y que se diferenciaba del recién llegado por estar usando una bata de laboratorio– pensé que nos veríamos al mediodía en tu oficina.
–Debo ir a Washington, reunión urgente y sin previo aviso con el alto mando, vine para asegurarme de que tengo todo lo necesario. ¿No