Azzura
Estoy en la camioneta blindada —la que era la favorita de papá— y vamos por el sendero de la villa. Nos escoltan los chicos del clan Corvi: una camioneta adelante y otra en la retaguardia.
Después de desayunar, los chicos fueron a tomar una siesta para recuperar fuerzas por el vuelo. Mi madre se marchó a su habitación. Todavía no ha tenido el placer de encontrarse con la madrastra. Los tres iban a dormir. Le di instrucciones a Amerigo y Narciso de cuidarla si oyen los aullidos de la viuda.
Me acompaña Itala. Por más que le pedí que se fuera a descansar, se negó.
Al menos estoy conforme con que el encargado de la villa sea Kenta.
Salimos por el portón, y el golpe en la ventanilla me hace brincar. Terzo frena y maldice, abriendo la puerta.
—Sabandija, tiraré de tus orejas —gruñe Terzo mientras se baja del auto.
Observo el embarre de algún resto de merda o algo parecido deslizarse por la ventanilla.
—¿Eso es popó? —chilla Itala con la expresión asqueada.
—Podría ser chocolate —brom