El aire estaba denso, cargado de algo más que humedad. Mi cuerpo se sentía agotado, pesado, como si llevara sobre mis hombros todo el peso de la decisión que había tomado. Estaba lejos de Kian, y eso era lo único que parecía aliviar un poco el dolor que se me había clavado en el pecho. La imagen de su rostro al mirarme por última vez seguía doliendo. Era como una herida abierta que no dejaba de sangrar, pero al menos la distancia parecía darme algo de consuelo, aunque fuera temporal.
Cada paso que daba, cada día que pasaba sin él, me convencía más de que mi intento por huir de este mundo de lobos y de peligro era inútil. Mis pensamientos se mezclaban, confusión, miedo, deseo... todo en una tormenta caótica dentro de mí. Y lo peor de todo era que no había un escape real. Kian lo había dicho, y su voz resonaba en mi cabeza: "Eres demasi