El sol se filtraba a través de los cristales de la oficina de Isabela, dibujando sombras alargadas sobre su escritorio. Había sido una mañana de trabajo como cualquier otra, pero la pesadez que sentía en el pecho le impedía concentrarse. Su mente seguía dando vueltas a la conversación de la noche anterior, a la decisión de Leonardo de ir tras Camila sin mirar atrás. El sonido del teclado bajo sus dedos parecía distante, como si todo lo que hacía estuviera desconectado de la realidad que la rodeaba.
Había pasado ya un tiempo desde su llegada a la mansión, y aunque las sábanas blancas de su cama seguían oliendo a él, el peso de la soledad la había atrapado nuevamente. Cada rincón de la casa, cada esquina de la oficina, le recordaba que, en su vida, siempre había una sombra de incertidumbre, una presencia que no la dejaba respirar con libertad. Leonardo. Camila. El destino parecía haberse burlado de ella.
Isabela cerró los ojos por un momento, buscando la paz que no encontraba. En ese br