El almacén estaba en completo silencio, excepto por el leve crujido de las maderas viejas y la respiración entrecortada de Isabela, quien se mantenía encadenada en una de las sillas, con las muñecas enrojecidas por la presión de las esposas. Sus ojos estaban opacos, pero en su interior, una última chispa de esperanza se mantenía encendida. No sabía cuánto más podría soportar, pero no podía rendirse. Su hijo la esperaba.
Leonardo avanzaba con cautela, sosteniendo a Camila con una firmeza que dejaba claro que ella no tenía otra opción más que seguirle el juego. Su mente estaba completamente enfocada en Isabela. Su esposa estaba en algún lugar de ese almacén, posiblemente atada, asustada y sin saber que él había llegado.
Camila reía suavemente, convencida de que Leonardo la había elegido a ella. Susurraba palabras incoherentes sobre una familia perfecta, sobre cómo ella siempre había sido la indicada y cómo Isabela solo era una sombra en su destino. Leonardo no prestaba atención a sus de