El ambiente en la oficina de Isabela estaba cargado de tensión. Leonardo se mantenía de pie, su mandíbula tensa y sus ojos oscurecidos por una furia contenida. No soportaba la idea de que Alejandro estuviera cerca de su esposa.
—¿Qué diablos haces aquí, Arriaga? —La voz de Alejandro interrumpió el silencio con un tono de burla y desafío.
Leonardo se giró lentamente, encontrándose con la mirada desafiante del CEO de la empresa. Sus ojos brillaban con una seguridad que lo irritaba aún más.
—Estoy hablando con mi esposa —respondió con frialdad.
Alejandro cruzó los brazos, una sonrisa sarcástica apareció en su rostro.
—Tu esposa. —Repitió las palabras con burla—. Perdóname, Leonardo, pero creo que ese título ya no significa mucho. Pronto puede ser mi esposa.
La sangre de Leonardo hirvió ante esa afirmación.
—No vuelvas a decir eso. —Su voz era baja, pero letal—. Isabela no es una mujer que puedas tomar a tu antojo.
Alejandro soltó una carcajada sin humor.
—¿Y tú sí, no? ¿Tú sí puedes hace