Capítulo cincuenta y tres. La mentira perfecta.
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
Me miro al espejo del baño por tercera vez en menos de un minuto. La marca en mi rostro empieza a tomar un color violeta más intenso. La base no puede disimularla por completo. Me duele, pero no solo por el golpe. Me duele por dentro, como si algo se hubiera roto de forma definitiva.
—¿Te duele mucho? —pregunta Brad, recostado en la cama con los puños cerrados.
Asiento con la cabeza. No sé si me pregunta por la cara o por el alma.
—Te juro que esta vez no se va a salir con la suya —dice con la voz quebrada—. No más juegos, no más amenazas, no más poder para ese bastardo.
Arthur no es un hombre. Es una plaga. Un veneno que ha ido corrompiendo todo lo que toca, incluida su propia familia.
—¿Y tu madre? —pregunto con cautela.
—No ha salido de su casa. No me ha llamado. No me ha escrito. Nada.
—¿Tú crees que... sabía que Arthur me haría eso?
Brad me mira como si quisiera evitar la pregunta, pero no puede.
—