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El club Midnight Velvet palpitaba como un corazón desbocado. Luces azules y violetas se deslizaban por las paredes, creando sombras que parecían bailar al ritmo de la música electrónica. Evelyn se movía entre la multitud con la gracia de quien está acostumbrada a navegar en aguas turbulentas. Su vestido negro, ceñido y con un escote que descendía hasta la mitad de su espalda, captaba miradas furtivas mientras avanzaba hacia la zona VIP.

No había sido idea suya asistir a este lugar. Darian la había sorprendido esa tarde con una invitación que sonaba más a orden que a petición. "Te recogeré a las diez. Hay personas que quiero que conozcas", le había dicho con esa voz grave que parecía vibrar dentro de ella incluso después de que él se marchara.

Ahora, mientras observaba a Darian conversar con un grupo de empresarios al otro lado del salón, Evelyn se preguntaba por qué había aceptado. Quizás porque cada encuentro con él era una pieza más del rompecabezas que intentaba resolver. O tal vez, y esto la aterraba más, porque había algo en su presencia que la atraía de manera inexplicable.

—Señora Blackthorne —la voz de un camarero la sacó de sus pensamientos—. El señor Vance desea hablar con usted. La espera en el reservado tres.

Evelyn frunció el ceño. No conocía a ningún señor Vance, pero la curiosidad pudo más que la prudencia. Con una última mirada hacia Darian, quien parecía absorto en su conversación, se dirigió hacia el área de reservados.

El hombre que la esperaba tendría unos sesenta años. Cabello canoso, rostro marcado por arrugas profundas y ojos que parecían haber visto demasiado.

—Señora Blackthorne, gracias por venir —dijo, indicándole que tomara asiento frente a él—. Mi nombre es Robert Vance. Trabajé para la familia Blackthorne durante más de treinta años.

—¿Y por qué querría hablar conmigo? —preguntó Evelyn, manteniendo una expresión neutra a pesar de que su corazón se aceleraba.

—Porque sé quién es usted realmente, señorita Moreau —respondió con una sonrisa triste—. Y sé por qué se casó con Darian.

El aire pareció congelarse en los pulmones de Evelyn. Mantuvo la compostura, años de práctica le habían enseñado a no mostrar debilidad.

—No sé de qué está hablando —respondió con frialdad.

—El accidente que mató a los padres de Darian y a su hermana pequeña —continuó Vance, ignorando su negativa—. Usted cree que él tuvo algo que ver, ¿no es así? Por eso se acercó a él, por eso aceptó casarse con un hombre que apenas conocía.

Evelyn sintió que el suelo se movía bajo sus pies. ¿Cómo podía este hombre saber tanto?

—Si tiene algo que decir, dígalo directamente —exigió, inclinándose ligeramente hacia adelante.

Vance sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y lo deslizó sobre la mesa.

—Esto es parte del informe original del accidente. Uno que nunca llegó a manos de la policía —explicó—. Los frenos no fallaron por un defecto de fábrica como se dijo oficialmente. Fueron manipulados.

Con dedos temblorosos, Evelyn abrió el sobre. Dentro había fotografías y documentos técnicos. Sus ojos se detuvieron en una imagen: un cable cortado limpiamente, no desgastado como debería estar si hubiera sido un fallo natural.

—¿Por qué me muestra esto? —preguntó, sintiendo un nudo en la garganta.

—Porque hay algo que debe saber sobre ese día —Vance bajó la voz—. Su padre, Henri Moreau, estuvo en la mansión Blackthorne horas antes del accidente.

El mundo de Evelyn se detuvo por completo. Su padre, el hombre que había muerto de pena tras perder a su esposa en ese mismo accidente, ¿había estado allí? ¿Era posible que...?

—Está mintiendo —susurró, aunque una parte de ella sabía que no era así.

—Tengo pruebas —respondió Vance—. Y hay más. Mucho más que ni siquiera Darian sabe. Pero debe tener cuidado, señora Blackthorne. Hay personas que matarían por mantener estos secretos enterrados.

Antes de que pudiera responder, una mano se posó en su hombro. Evelyn dio un respingo y levantó la mirada para encontrarse con los ojos penetrantes de Darian.

—Te he estado buscando —dijo, su voz controlada pero con un filo peligroso—. Veo que has conocido a Robert.

—Señor Blackthorne —saludó Vance con una inclinación de cabeza—. Solo estaba poniéndome al día con su esposa. Hace tiempo que no veía a un Blackthorne tan... felizmente casado.

La tensión entre ambos hombres era palpable. Evelyn deslizó disimuladamente el sobre bajo su bolso.

—Si nos disculpas, Robert —dijo Darian, extendiendo su mano hacia Evelyn—. Me gustaría bailar con mi esposa.

No era una petición. Evelyn tomó su mano, sintiendo una descarga eléctrica al contacto con su piel. Mientras se alejaban, miró por encima del hombro. Vance la observaba con una expresión indescifrable.

La música había cambiado a algo más lento, más íntimo. Darian la guió hasta la pista de baile y, sin previo aviso, la atrajo hacia su cuerpo. Una mano en su cintura, la otra sosteniendo la suya. Tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él, oler su perfume mezclado con algo más primitivo, más masculino.

—¿De qué hablabas con Robert? —preguntó, sus labios rozando su oído.

—Nada importante —mintió Evelyn, intentando ignorar cómo su cuerpo respondía a la cercanía—. Historias sobre la familia Blackthorne.

Darian la hizo girar y luego la atrajo de nuevo hacia él, esta vez más cerca. Sus cuerpos se rozaban con cada movimiento, creando una fricción que encendía algo peligroso dentro de ella.

—Mientes —susurró contra su cuello, su aliento caliente enviando escalofríos por su columna—. Tus ojos te delatan, Evelyn. Siempre lo hacen.

Sus miradas se encontraron. En los ojos de Darian había algo salvaje, una mezcla de deseo y furia contenida que la hipnotizaba. Sin darse cuenta, Evelyn humedeció sus labios, un gesto inconsciente que no pasó desapercibido para él.

—¿Qué quieres de mí, Darian? —preguntó, su voz apenas audible sobre la música.

—Todo —respondió sin dudar—. Quiero todo de ti, Evelyn. Cada secreto, cada suspiro, cada gemido.

Su mano se deslizó desde su cintura hasta la parte baja de su espalda, presionándola contra él. Evelyn pudo sentir su excitación, dura contra su vientre, y un calor líquido se extendió entre sus piernas.

—Esto es un error —murmuró, aunque su cuerpo contradecía sus palabras, arqueándose ligeramente hacia él.

—El único error sería negarlo —respondió Darian, inclinándose hacia ella.

Sus labios estaban a milímetros de distancia. Evelyn podía sentir su respiración mezclándose con la suya, el mundo a su alrededor desvaneciéndose. En ese momento, no importaba la venganza, ni los secretos, ni el pasado. Solo existía esa atracción demoledora que amenazaba con consumirla.

Justo cuando sus labios iban a encontrarse, una voz los interrumpió.

—Darian, disculpa la interrupción —era uno de los empresarios con los que había estado hablando antes—. El señor Takahashi está listo para discutir los términos del contrato.

Darian se tensó visiblemente. Por un momento, Evelyn pensó que ignoraría al hombre, que terminaría lo que habían comenzado. Pero entonces se apartó, aunque mantuvo su mano firmemente en su cintura.

—Estaré allí en un momento —respondió, sin apartar la mirada de Evelyn.

Cuando quedaron solos de nuevo, Darian llevó una mano a su rostro, acariciando su mejilla con una ternura que contrastaba con la intensidad de momentos antes.

—Esto no ha terminado —prometió, su voz ronca por el deseo—. Esta noche, cuando volvamos a casa, terminaremos lo que empezamos aquí.

Se alejó, dejándola sola en medio de la pista de baile, con el corazón martilleando contra su pecho y la mente dividida entre el deseo y el miedo. Porque ahora, con la información que Vance le había dado, las dudas la carcomían.

¿Y si su padre había tenido algo que ver con el accidente? ¿Y si ella estaba buscando venganza contra el hombre equivocado? Peor aún, ¿qué pasaría cuando Darian descubriera quién era ella realmente y por qué se había casado con él?

Mientras observaba a su marido alejarse entre la multitud, Evelyn sintió el peso del sobre en su bolso como si fuera de plomo. Esa noche había cambiado todo, y no había vuelta atrás.

  

    

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