La mansión Blackthorne se alzaba como una fortaleza de piedra y cristal sobre la colina, dominando el paisaje con su imponente arquitectura. Evelyn observó la estructura mientras el vehículo avanzaba por el camino de grava. Las nubes grises se arremolinaban sobre las torres, como si el cielo mismo quisiera advertirle que no entrara.
El chofer detuvo el automóvil frente a la entrada principal. Evelyn respiró hondo, ajustando el cuello de su vestido negro. La invitación de Darian había llegado esa mañana, escrita con tinta negra sobre papel marfil. Una reunión privada. Sin explicaciones. Solo una hora y la dirección.
—Señorita Moreau —la recibió el mayordomo con una reverencia—. El señor Blackthorne la espera en el estudio.
Los tacones de Evelyn resonaron sobre el mármol mientras seguía al hombre por pasillos decorados con obras de arte que valdrían fortunas. Cuadros renacentistas, esculturas clásicas, tapices antiguos. Todo hablaba de poder y riqueza acumulada durante generaciones.
El mayordomo se detuvo frente a una puerta de roble tallado.
—Adelante —la voz de Darian atravesó la madera antes de que el sirviente pudiera anunciarla.
El estudio era una habitación amplia, con estanterías que llegaban hasta el techo repletas de libros encuadernados en cuero. Un fuego crepitaba en la chimenea, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. Darian estaba de pie junto a la ventana, contemplando la tormenta que se formaba en el horizonte.
—Puntual —dijo sin volverse—. Me gusta eso en una mujer.
Evelyn permaneció cerca de la puerta, manteniendo la distancia.
—No suelo ignorar invitaciones tan... imperativas.
Darian se giró entonces. Vestía un traje negro impecable que contrastaba con su camisa blanca. Sin corbata. El cuello abierto revelaba la piel bronceada de su garganta.
—¿Te ofrezco algo de beber? —preguntó, acercándose al mueble bar.
—Preferiría saber por qué estoy aquí.
Una sonrisa fugaz cruzó el rostro de Darian mientras servía dos copas de whisky.
—Directa. Otra cualidad admirable —le tendió una copa—. Toma. Lo necesitarás.
Evelyn aceptó la bebida pero no la probó. El ámbar líquido capturaba la luz del fuego, hipnótico como los ojos de su anfitrión.
—Señor Blackthorne...
—Darian —la corrigió—. Creo que podemos prescindir de formalidades, considerando lo que voy a proponerte.
Un escalofrío recorrió la espalda de Evelyn. Había algo en su tono, en la forma en que la miraba, que encendía todas sus alarmas internas.
—¿Y qué es exactamente lo que vas a proponerme?
Darian dio un sorbo a su whisky, saboreándolo antes de responder.
—Una alianza.
—¿Una alianza? —repitió ella, incrédula—. ¿Entre tú y yo? No veo qué podríamos tener en común para formar una... alianza.
Él se acercó, invadiendo su espacio personal. El aroma de su colonia, madera y especias, la envolvió.
—Tenemos más en común de lo que crees, Evelyn. Ambos somos supervivientes. Ambos conocemos la pérdida. Y ambos sabemos lo que es llevar máscaras.
Evelyn dio un paso atrás, chocando contra un estante.
—No sé de qué estás hablando.
—Por supuesto que lo sabes —Darian dejó su copa sobre una mesa cercana—. He investigado sobre ti. La huérfana que se reinventó a sí misma. La mujer que cambió su apellido y construyó un imperio desde cero. Admirable. Casi tanto como tus esfuerzos por borrar tu pasado.
El corazón de Evelyn se aceleró. Nadie conocía esa parte de su historia. Nadie.
—Si me has traído aquí para amenazarme...
—No, Evelyn —la interrumpió—. Te he traído aquí para ofrecerte protección.
—¿Protección? —soltó una risa seca—. No necesito tu protección.
Darian se acercó nuevamente, esta vez tomándola por los brazos con firmeza pero sin lastimarla.
—La necesitarás. Hay personas interesadas en tu pasado. Personas peligrosas.
—¿Y tú no eres peligroso? —desafió ella, sosteniendo su mirada.
—Soy el único peligro que puedes controlar —respondió con voz grave—. Los demás... no serán tan considerados.
La tensión entre ambos era palpable. Evelyn podía sentir el calor emanando del cuerpo de Darian, la fuerza contenida en sus manos que la sujetaban.
—¿Qué propones exactamente? —preguntó, intentando mantener la compostura.
Darian la soltó lentamente, sus dedos deslizándose por la piel expuesta de sus brazos, dejando un rastro de fuego a su paso.
—Matrimonio.
La palabra cayó como una bomba en la habitación. Evelyn parpadeó, segura de haber escuchado mal.
—¿Disculpa?
—Me has oído perfectamente —Darian caminó hacia la chimenea—. Un matrimonio de conveniencia. Tú obtienes mi apellido, mi protección, mi influencia. Yo obtengo... bueno, digamos que tengo mis razones.
—Estás loco —Evelyn dejó la copa intacta sobre el escritorio—. Completamente loco si crees que aceptaría algo así.
—¿Por qué no? —se volvió hacia ella—. Es un acuerdo comercial, Evelyn. Nada más.
—¿Y qué ganas tú con esto? —insistió—. Debes tener un motivo.
Una sombra cruzó el rostro de Darian.
—Mis motivos son míos. Lo único que necesitas saber es que te mantendré a salvo.
—¿A salvo de qué? ¿De quién? Hablas en acertijos, Darian.
Él se acercó nuevamente, esta vez con movimientos lentos, como un depredador acechando.
—Hay secretos en tu pasado que podrían destruirte. Secretos que otros están empezando a desenterrar.
Un relámpago iluminó la habitación a través de los ventanales, seguido por el estruendo del trueno. La tormenta había llegado.
—No puedes asustarme con insinuaciones vagas —respondió Evelyn, aunque su voz traicionaba su inquietud.
Darian estaba ahora tan cerca que podía sentir su respiración sobre su rostro.
—No intento asustarte. Intento salvarte.
—¿De qué?
—De ti misma. De tu pasado —sus ojos se oscurecieron—. De lo que ocurrió aquella noche.
El color abandonó el rostro de Evelyn. Era imposible que él supiera... nadie podía saber...
—No sé de qué hablas —susurró.
Darian la tomó por la cintura, atrayéndola hacia él con un movimiento brusco. Sus cuerpos se encontraron, encajando perfectamente como piezas diseñadas para complementarse.
—Mientes —murmuró contra su oído—. Puedo sentirlo. Tu corazón late demasiado rápido, Evelyn.
Ella intentó apartarse, pero sus manos la mantenían firmemente sujeta. No era un agarre doloroso, pero sí inquebrantable.
—Suéltame —exigió, aunque su cuerpo la traicionaba, respondiendo al calor de Darian.
—¿Es eso lo que realmente quieres? —sus labios rozaron la línea de su mandíbula—. Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo...
Evelyn colocó las manos sobre su pecho, intentando crear distancia.
—Esto es inapropiado.
—Todo en nosotros es inapropiado —respondió él, deslizando una mano por su espalda—. Pero eso no lo hace menos real.
La tensión entre ellos era insoportable. El aire parecía cargado de electricidad, como la tormenta que rugía fuera. Evelyn sentía que se ahogaba en sensaciones contradictorias: rechazo, atracción, miedo, deseo.
—No puedes comprarme, Darian —logró articular—. No soy una de tus adquisiciones.
Él sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—No quiero comprarte, Evelyn. Quiero poseerte.
Sus palabras deberían haberla ofendido, pero en lugar de eso, despertaron algo primitivo en su interior. Un anhelo que creía enterrado.
—Nadie me posee —respondió, su voz apenas un susurro.
—Todavía —Darian aflojó su agarre, permitiéndole retroceder—. Piensa en mi propuesta. No tendrás una mejor.
Evelyn se apartó, intentando recuperar la compostura. Su respiración era irregular, su pulso acelerado.
—¿Y si me niego?
La expresión de Darian se endureció.
—Entonces no podré protegerte de lo que viene.
—¿Me estás amenazando?
—Te estoy advirtiendo —corrigió—. Hay fuerzas en movimiento, Evelyn. Personas que buscan justicia... o venganza. Conmigo estarás a salvo.
—¿Y contigo quién me protegerá de ti? —preguntó, sosteniendo su mirada.
Darian se acercó nuevamente, esta vez tomando su rostro entre sus manos con una delicadeza sorprendente.
—Ese es el riesgo que deberás asumir.
Por un momento, Evelyn creyó que iba a besarla. Podía sentir su aliento mezclándose con el suyo, la tensión creciendo entre ellos como una cuerda a punto de romperse.
En lugar de eso, Darian se apartó abruptamente.
—Tienes tres días para decidir —dijo, volviendo a su tono frío y controlado—. Después de eso, no podré garantizar tu seguridad.
—No necesito tu protección —insistió ella, aunque con menos convicción.
—Todos necesitamos protección, Evelyn —respondió, mirando hacia la tormenta a través de la ventana—. Especialmente de nuestros propios demonios.
Un nuevo relámpago iluminó su rostro, revelando por un instante una expresión de dolor tan profundo que Evelyn sintió que le robaba el aliento.
—¿Qué te pasó, Darian? —preguntó en voz baja—. ¿Qué te convirtió en... esto?
Él se volvió hacia ella, su mirada nuevamente impenetrable.
—Lo mismo que te pasó a ti, Evelyn. La vida.
El mayordomo apareció en la puerta, como si hubiera sido convocado silenciosamente.
—El coche está listo para llevar a la señorita Moreau, señor.
Darian asintió sin apartar los ojos de Evelyn.
—Tres días —repitió—. Y recuerda: si no eres mía, no serás de nadie más.
La amenaza velada flotó en el aire mientras Evelyn salía del estudio, sintiendo el peso de su mirada sobre ella hasta que la puerta se cerró a sus espaldas.
En el coche, mientras la mansión Blackthorne se alejaba bajo la lluvia torrencial, Evelyn se permitió temblar. No de miedo, sino de algo mucho más peligroso: anticipación.