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El rascacielos de Blackthorne Industries se alzaba como una daga de cristal y acero contra el cielo de Manhattan, reflejando nubes y luz solar en sus ventanales tintados. En el piso cuarenta y dos, Darian contemplaba la ciudad desde su oficina, un espacio minimalista donde predominaban los tonos grises y negros, con apenas un toque de color en una escultura abstracta de cristal rojo sangre que descansaba sobre su escritorio de ébano.

Llevaba tres días esperando este momento. Tres días desde que había descubierto que Evelyn Moreau trabajaba para una consultora contratada por su empresa. Tres días planeando cada palabra, cada gesto, cada movimiento que ejecutaría cuando ella cruzara esa puerta.

El intercomunicador sonó con un pitido discreto.

—Señor Blackthorne, la señorita Moreau está aquí para la reunión de las once —anunció su asistente con voz neutra.

Darian se tomó un momento antes de responder. Ajustó el puño de su camisa negra y se pasó una mano por el cabello oscuro.

—Hágala pasar.

La puerta se abrió y ella entró como si el espacio le perteneciera. Evelyn Moreau. Alta, esbelta, con un traje sastre color marfil que contrastaba con su piel olivácea y su cabello castaño recogido en un moño bajo. Sus ojos, de un verde intenso, escanearon la habitación antes de posarse en él.

—Señor Blackthorne —saludó con una voz que fluía como miel sobre hielo—. Agradezco que haya encontrado tiempo para esta reunión.

Darian no se levantó. La observó mientras ella avanzaba, estudiando cada detalle: la manera en que sus tacones resonaban contra el suelo de mármol, la elegancia natural de sus movimientos, la carpeta que sostenía contra su pecho como un escudo.

—Señorita Moreau —respondió finalmente, señalando la silla frente a su escritorio—. La puntualidad es una virtud que aprecio. Siéntese.

Evelyn tomó asiento con gracia estudiada, cruzando las piernas y colocando la carpeta sobre su regazo. Sus ojos nunca abandonaron los de él.

—He revisado su propuesta para la reestructuración del departamento de marketing internacional —comenzó Darian, tomando un documento de su escritorio—. Debo admitir que encuentro su enfoque... interesante.

—¿Pero? —preguntó ella, captando el tono subyacente.

Darian esbozó una sonrisa fría.

—Pero carece de agresividad. Los mercados asiáticos no responden a medias tintas, señorita Moreau. Su estrategia es demasiado conservadora.

Evelyn inclinó ligeramente la cabeza, un gesto que en otra persona podría parecer sumiso, pero que en ella transmitía una calma calculada.

—Con todo respeto, señor Blackthorne, la agresividad sin fundamento es precisamente lo que ha llevado a su empresa a perder un dieciocho por ciento de cuota de mercado en el último trimestre.

El silencio que siguió fue denso, cargado de electricidad. Darian se reclinó en su silla, sorprendido por la audacia de la mujer. No esperaba que contraatacara tan directamente.

—¿Me está diciendo cómo dirigir mi propia empresa? —preguntó con voz peligrosamente suave.

—Le estoy diciendo por qué me contrataron —respondió ella sin pestañear—. Para ofrecer una perspectiva que evidentemente falta en su equipo actual.

Darian se levantó lentamente, rodeando el escritorio hasta situarse junto a ella. Evelyn no se movió, pero él notó cómo sus dedos se tensaban ligeramente sobre la carpeta.

—¿Sabe lo que pasa con las personas que me desafían, señorita Moreau?

Ella alzó la mirada, encontrándose con sus ojos.

—Imagino que aprenden mucho, si usted es lo suficientemente inteligente para escucharlas.

Darian soltó una risa breve, desprovista de humor. Se inclinó, apoyando una mano en el respaldo de la silla de Evelyn, invadiendo deliberadamente su espacio personal. Podía percibir el sutil aroma a jazmín que emanaba de ella, notar el pulso acelerado en su cuello.

—Su confianza es admirable —murmuró—. O quizás temeraria.

—La línea entre ambas suele ser muy delgada —respondió ella, sosteniendo su mirada sin retroceder—. Como la línea entre la arrogancia y la competencia.

Evelyn se puso de pie, obligando a Darian a retroceder un paso. Ahora estaban frente a frente, separados por apenas unos centímetros. Ella le entregó la carpeta que sostenía.

—Mi análisis completo, con datos que respaldan cada recomendación. Le sugiero que lo revise antes de descartar mis ideas.

Sus dedos se rozaron durante el intercambio, un contacto breve pero que envió una corriente inesperada por el brazo de Darian. Él tomó la carpeta, abriéndola sin apartar los ojos de ella.

—Impresionante —admitió tras hojear las primeras páginas—. Pero sigo pensando que hay algo que no estás considerando.

—¿Y qué sería eso?

Darian cerró la carpeta de golpe.

—El factor humano, señorita Moreau. Los números no lo son todo.

—Curioso que usted mencione el factor humano —replicó ella con una sonrisa enigmática—. Tiene fama de ser bastante... despiadado en los negocios.

—Mi reputación me precede, entonces.

—Como la mía, supongo.

Darian arqueó una ceja.

—¿Y cuál es su reputación, exactamente?

—La de alguien que no se deja intimidar —respondió Evelyn, dando un paso hacia él—. Ni siquiera por el temible Darian Blackthorne.

La tensión entre ellos era palpable, una mezcla volátil de antagonismo y algo más, algo que Darian no quería nombrar pero que sentía arder bajo su piel.

—Trabajaremos juntos en este proyecto —declaró él finalmente—. Quiero supervisar personalmente cada paso.

—¿No confía en mi capacidad? —preguntó ella.

—No confío en nadie, señorita Moreau. Es una política que me ha servido bien.

Evelyn sonrió, y por primera vez, el gesto pareció genuino.

—Entonces tenemos algo en común.

Se dirigió hacia la puerta con la misma seguridad con la que había entrado. Antes de salir, se volvió hacia él.

—Mañana a las nueve. Traeré café.

La puerta se cerró tras ella, dejando a Darian inmóvil, con la carpeta en la mano y una sensación inquietante en el pecho. Se acercó al ventanal, observando nuevamente la ciudad que se extendía a sus pies.

El plan era simple: acercarse a ella, ganarse su confianza, descubrir sus debilidades y luego destruirla como ella había destruido indirectamente a su familia. Pero algo no estaba saliendo según lo previsto. Evelyn Moreau no era la mujer que había imaginado. Era más fuerte, más inteligente, más... magnética.

Darian apretó la carpeta hasta que sus nudillos se tornaron blancos. No podía permitirse distracciones. No podía olvidar por qué la quería cerca. La venganza era un plato que se servía frío, y él había esperado años para este momento.

Sin embargo, mientras repasaba mentalmente su encuentro, una duda se instaló en su mente: ¿quién estaba manipulando a quién?

Sacudió la cabeza, intentando disipar la imagen de aquellos ojos verdes desafiantes. Tenía que mantener el control. Tenía que recordar el dolor, la pérdida, la rabia que lo había consumido durante tanto tiempo.

Pero por primera vez en años, Darian Blackthorne sintió que su corazón, ese órgano que creía muerto y enterrado bajo capas de odio y resentimiento, latía con una intensidad perturbadora.

Y eso lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa.

  

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