La luz tenue del amanecer se colaba a través de las cortinas pesadas, tiñendo la habitación con un suave resplandor dorado. El silencio era espeso, roto apenas por el rumor lejano de las hojas moviéndose al compás del viento. Naven despertó lentamente, los párpados aún pesados, el cuerpo entre la pesadez del sueño y una punzada molesta en la sien. Algo muy raro para él.
Llevó una mano a la frente y se la masajeó con suavidad, esperando que el dolor de cabeza se desvaneciera. Cerró los ojos por un instante, respirando hondo, dejando que el aroma de la habitación —una mezcla de sábanas limpias, madera tibia y la fragancia de Sofía— lo anclara a ese instante. A su lado, el calor del cuerpo de ella se sentía cálido y reconfortante.
La observó en silencio. Dormía profundamente, con el rostro vuelto hacia él y una expresión de paz que lo conmovía. Su cabello caía en suaves ondas sobre la almohada, y su respiración tranquila se acompasaba con el leve subir y bajar de su pecho. Naven se inc