La luz cálida de la cocina se expandía suavemente por el ambiente, envolviendo todo en una atmósfera serena. El murmullo de la cafetera ya se había apagado y los apuntes habían quedado olvidados sobre la mesa, mientras Ares dormía plácidamente en su rincón habitual, como si todo a su alrededor estuviera en perfecta calma.

Naven se desperezó con lentitud, estirando los hombros antes de mirar hacia Sofía, quien aún hojeaba una página con expresión pensativa.

—¿Tienes hambre?

Ella levantó la vista, algo distraída, y asintió sin pensarlo mucho.

—Un poco, sí.

Él se puso de pie, caminando hacia la cocina. El sonido de sus pasos resonó con tranquilidad en el piso de madera.

—¿Quieres cocinar algo?

La pregunta, directa y sin adornos, la dejó en blanco.

—¿Yo?

Naven se giró con una ceja levantada.

—Sí, Tú. ¿O esperás que te sirva un chef?

Sofía soltó una pequeña risa, mezcla de sorpresa y desconcierto. La idea de cocinar para él —para Naven Fort— no había cruzado su mente en lo más mínimo. Pero