El reloj marcaba las tres de la tarde cuando Sofía, recostada en el sofá del living, hojeaba por tercera vez el mismo libro para eliminar su estrés. No estaba concentrada. Su mente divagaba entre la rutina del día a día y una extraña sensación de nostalgia que no sabía de dónde provenía después de saber que Naven estuvo en la Residencia. La misma estaba silenciosa, apenas se oía el susurro del viento acariciando las hojas de los árboles en el jardín. Parecía que todo estaba bien, sin embargo; la pequeña mujer siente que nada está bien.
Entonces, como si el universo hubiese decidido romper el silencio con alegría, se escuchó el timbre de la puerta. Un timbre corto, entusiasta, como un latido lleno de emoción. Sofía se levantó, sin prisa, y al abrir la puerta, sus ojos se iluminaron de inmediato.
—¡Catalina! —exclamó, sorprendida y feliz al ver a su mejor amiga parada en el umbral con una sonrisa que parecía brillar más que el sol de la tarde.
Catalina llevaba una mochila pequeña sobre