Sofía aún sostenía a Ares con suavidad, como si su pequeño cuerpo le diera un refugio contra la marea de emociones que comenzaban a crecer en su interior. Observó a Naven desde el sofá mientras él revisaba el refrigerador con la calma de quien no tiene prisa, pero con los movimientos precisos y seguros que lo caracterizaban. No hacía nada de forma casual; incluso esa revisión parecía una evaluación silenciosa de su entorno… y de ella.
Suspiró, no porque quisiera hacerlo, sino porque su pecho lo necesitaba. Era un suspiro cargado, no de alivio, sino de resignación. Ares emitió un maullido bajo cuando ella se inclinó para dejarlo suavemente sobre su camita, y con pasos lentos, como si caminar sobre un campo minado, Sofía se levantó y caminó hacia la cocina.
La cercanía entre ellos era inevitable. Aunque ella no entendía que estaba él haciendo allí. El diseño abierto del departamento obligaba a cruzar por donde él estaba, a solo centímetros. Y aun así, no fue solo el espacio lo que se