Aisha viajaba en la parte trasera de una camioneta grisácea. Sus heridas aún estaban expuestas, y cada movimiento del vehículo la hacía gemir de dolor. El aire estaba cargado con el olor metálico de su sangre. La fiebre la consumía, y su conciencia oscilaba entre la realidad y el delirio.
Al volante, Skiller luchaba contra sus instintos vampíricos. Sus ojos brillaban con un hambre voraz, y sus manos temblaban mientras sujetaba con fuerza el volante.
—Ese humano... es un bastardo —espetó, tomando un desinfectante de la guantera. Sin cuidado alguno, comenzó a limpiar la herida de Aisha, arrancándole un jadeo de dolor.
—No dañes a Rasen… —murmuró ella con la voz entrecortada.
La fiebre le trajo visiones del lobo blanco. La voz de Sanathiel resonaba en su mente como un eco inescapable:
—Vendrás a mí, lo verás, mi compañera destinada, la elegida.
Cuando finalmente despertó, vio a Skiller observándola mientras cosía su herida con una precisión sorprendente, aunque sus manos temblorosas reve