No entiendo por qué Alfa Zayden me incluyó, de la nada, en algo tan importante como la ceremonia de selección para la Luna Suprema. Por donde lo mire, no tiene sentido. Él debería elegir a alguien que ame, alguien con quien comparta algo real. Ese cargo no es solo un título: es vital para la vida del Alfa y para el equilibrio de las manadas.
¿Para qué involucrarme si no hay nada entre nosotros?
No debería jugar con esto.
No todos creen en los mates. Para algunos, es solo una fantasía adolescente, una idea romántica que suena bien en cuentos, pero no en la vida real. Aun así, yo sí creo. He escuchado testimonios. Sé que existen.
Recuerdo una frase que escuché en un documental:
—La juventud está tan enfocada en vivir el momento, tan obsesionada con la tecnología y la apariencia, que han dejado de creer en los antiguos dioses. Ahora sellan vínculos con quien les conviene, marcando parejas por elección... y así, las almas destinadas pierden la oportunidad de encontrarse.
Quizá tengan razón. Pero me pregunto... ¿de verdad debemos dejar que la genética o alguna fuerza mística decida nuestro destino?
He pensado en eso muchas veces.
Y si soy honesta, no quiero encontrar a mi Mate.
Porque si esa persona no es otro Omega, o siquiera un humano, podría terminar perdiéndome. Dejar de ser yo. Convertirme solo en alguien que vive para complacer los caprichos del otro.
Y eso no lo quiero. Prefiero estar sola.
Estaba cerrando la maleta, aún perdida en esos pensamientos, cuando la voz de mi padrastro me sobresaltó desde el umbral.
—¿Qué es esta locura de que participarás en la selección de la Luna Suprema? ¿Acaso perdiste la cabeza? ¿No fue suficiente con la vergüenza que nos hiciste pasar con Alfa Cade?
Su tono destilaba desprecio.
Zaira apareció justo detrás, con esa expresión de falsa curiosidad que en realidad escondía burla. Se cruzó de brazos, como si ya supiera el final de esta historia.
—Déjala, papá —dijo con esa voz suya, dulzona y venenosa—. Igual va a perder el viaje. Ni siquiera la dejarán inscribirse. Mucho menos acercarse al Alfa Supremo. Solo hará el ridículo... como siempre.
Me apretó el estómago con esa frase. Pero esta vez no me quedé callada.
—Pues a diferencia tuya, yo sí lo conozco —le respondí con firmeza, aunque por dentro temblaba—. Llevo dos semanas trabajando como su asistente personal.
El silencio fue breve, y luego mi padrastro soltó una risa áspera, sin pizca de gracia.
—Perfecto. Entonces pasarás vergüenza tú sola.
No dije nada más. Tomé la maleta y salí.
Zaira, como siempre, sabía dónde golpear. No tenía cómo defenderme. Porque en el fondo, aunque no lo admitiera en voz alta... tenía razón.
Soy una loba incompleta.
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El proceso durará tres días. Algunos eventos serán privados, otros públicos... y sinceramente, no sé a cuál temo más.
Desde el primer momento, todo ha salido mal.
Estoy resentida con Alfa Zayden. Me lanzó a esta selección sin previo aviso, obligándome a exponerme al escarnio una y otra vez. Y todo comenzó con el momento más humillante: la inscripción.
—¿Qué crees que te da derecho a participar en la selección? —preguntó un beta de expresión imperturbable, cabello blanco y porte rígido. Seguro es de la manada de Alfa Robert.
La pregunta resonó con fuerza en el salón. Todas las miradas se clavaron en mí. Y aunque tenía muchas respuestas en la punta de la lengua, solo una era válida. La única que abriría esa puerta.
—He estado en la cama del Alfa Zayden las últimas semanas —respondí, con voz firme pero el rostro ardiéndome.
El silencio fue inmediato. Incómodo. Aplastante. Hubiera dado cualquier cosa por desaparecer.
—Ridículo —soltó con desdén una mujer de cabello rojo fuego que acababa de entrar—. ¿Por qué él se acostaría contigo, cuando tiene opciones mucho mejores? Además, ¿de verdad crees que con apelar a su instinto de protección lograrás algo? Eres una simple Omega. Lárgate.
Las burlas no tardaron en llegar, como un eco cruel. Lo esperaba, pero aun así me golpearon como un latigazo. Me ardían los ojos. Estuve a punto de girar sobre mis talones y salir corriendo. Pero antes de que pudiera moverse un músculo, el beta intervino.
—Las reglas son claras —dijo con la misma calma imperturbable—. La Luna Suprema debe reflejar muchas facetas, y ni usted ni yo sabemos cuáles son esenciales para el alma lycan del Alfa. Así que, por ahora, la señorita...
—Lyra Quinn —completé, manteniendo la cabeza en alto aunque por dentro me desmoronaba.
El hombre frunció el ceño, pero asintió.
—Lyra Quinn queda inscrita. Como las demás, se alojará en el recinto y esta noche participará en la primera etapa del evento de aceptación.
Me pidió mi identificación y completó el registro. Luego me indicó a una mujer que me conduciría a mi habitación.
Solo entonces pude respirar.
Si no fuera porque necesito que Zayden cumpla su promesa, jamás habría aceptado estar aquí. Me tragué el orgullo, el miedo y la vergüenza... todo por ese compromiso.
Cade.
Cancelé todos los planes para celebrar su cumpleaños. Y como es mañana, mi teléfono no deja de vibrar. Llamadas. Mensajes. Insistencia tras insistencia.
Quiere verme. Quiere fingir que nada pasó. Quiere... su maldito regalo.
No entiendo por qué no se queda con mi hermana. Aparentemente la pasan bien juntos, según me dejó claro Zayra. Pero Cade se niega a romper nuestro compromiso. Sus mensajes ya no suenan suplicantes... suenan amenazantes.
Y eso me asusta más de lo que quiero admitir.
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La habitación me sorprendió. Era amplia, elegante, decorada con un gusto sobrio pero exquisito, demasiado lujosa para ser solo una de invitados. Guardé mis cosas en el armario de madera pulida y apenas rocé el colchón, me rendí al cansancio. No sabía cuánto lo necesitaba hasta que cerré los ojos.
Unos golpes suaves en la puerta me arrancaron del sueño.
—Buenas tardes, señorita. La esperan en el comedor. Es la última en llegar —informó una criada que no conocía, con una voz educada pero firme.
El comentario cayó como un baldazo de agua fría. El letargo desapareció al instante. Tomé el celular con manos temblorosas: habían pasado horas. Maldición. Me levanté de golpe, agradecí a la criada y cerré la puerta de un tirón.
Me cepillé el cabello como pude, apliqué algo de labial para darme un mínimo de color. No tenía tiempo para más. Y lo peor es que sabía que esta comida estaba en el itinerario. Tenía el folleto. Lo había leído. Esto era completamente mi culpa... y me enfurecía.
Entré al comedor y todas las miradas cayeron sobre mí como cuchillas.
—Una falta total de respeto —declaró Aria, la Gamma, con tono seco.
—No te preocupes, querida —intervino con una sonrisa venenosa la loba de cabello rojizo—. No hacía falta llegar tarde para llamar la atención... igual llamas.
Las risas se propagaron como una plaga. Disimuladas, fingidas, pero cortantes.
Soy la única Omega en la sala. No tengo un apellido influyente, ni un linaje codiciado. Mis ropas lo gritan. Soy un contraste incómodo entre mujeres impecablemente vestidas.
Y entonces, llegó él.
Alfa Zayden entró flanqueado por tres personas —su Beta entre ellos— y se ubicaron en distintos puntos de la sala. Zayden, por supuesto, ocupó el lugar de honor.
—Qué gusto verlas aquí —dijo con voz serena, casi indulgente—. Son, sin duda, un grupo bello y digno de candidatas.
Sus ojos se deslizaron lentamente sobre todas ellas... y finalmente, se detuvieron en mí.
—Bueno, casi todas —añadió, y su expresión se endureció.
Sentí una punzada en el estómago.
—Debes tomarte esto en serio. Tu aspecto me dice que no lo estás haciendo.
Las sonrisas reaparecieron, ahora con un aire de triunfo silencioso.
¿Por qué me hace esto, Alfa Zayden? Si estoy aquí, es solo porque él lo pidió. Me obligó. Me arrastró a esta exposición. Y ahora me lanza a estas lobas como si yo fuera una intrusa.