Y entonces, todo estalló en una ráfaga de luz blanca, tan intensa que el aire pareció quebrarse en mil fragmentos.
El sonido se desvaneció. No hubo más que un silencio vibrante, denso, casi vivo, como si el universo contuviera la respiración.
Caleb sintió el golpe en el pecho antes de entender lo que sucedía. Un zumbido agudo se apoderó de su cabeza y, en un acto reflejo, cayó de rodillas sobre el suelo frío del departamento.
Sus manos se aferraron a su rostro, intentando protegerse de una fuerza invisible que lo envolvía. La vieja lámpara del techo osciló violentamente, lanzando destellos que pintaban las paredes agrietadas con sombras que parecían moverse por cuenta propia.
El corazón le latía tan rápido que juró que se le saldría del pecho. Entre los parpadeos de aquella luz inhumana, alcanzó a ver algo ¡Una silueta, un rostro, una mirada! Que no pertenecía a su mundo, ni a su tiempo.
Del otro lado de la ciudad, en la dimensión que coexistía con la suya, pero respiraba en otro puls