El silencio del departamento era casi insoportable. Caleb estaba de pie junto a la ventana, sin moverse, observando la calle vacía como si esperara que algo o alguien se disolviera en la oscuridad. Las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, pero nada podía iluminar el vacío que sentía en el pecho.
Había esperado. Había esperado con la absurda esperanza de que Rous no subiera en ese auto, que no se marchara con aquel hombre de traje impecable. Que todo lo que había escuchado, todo lo que había temido… no fuera cierto.
Sus manos temblaban sobre el alféizar. Los pensamientos se le entrelazaban con imágenes de Rous riendo, de su perfume, de sus promesas. —Dime que no fue cierto. Dime que no me has mentido. —pensaba preguntarle.
La cerradura del departamento sonó con un leve golpe. La puerta se abrió despacio.
Rous entró, con pasos lentos, aún con el corazón agitado. Sus ojos recorrieron la habitación, hasta detenerse en él. Caleb no se giró de inmediato, pero ella podía sentir su tens