Caleb se levantó de golpe, la silla crujió contra el suelo de mármol y todos en la sala de reuniones giraron a verlo con desconcierto. Su mandíbula estaba rígida, los puños cerrados, la mirada llena de un fuego difícil de contener.
Pero antes de que diera un paso hacia la salida, Milán se interpuso con una calma peligrosa, como un depredador midiendo el momento exacto para atacar. —¿A dónde crees que vas? —dijo con voz baja pero cortante, cruzándose de brazos.
—Tengo… asuntos que resolver. No permitiré que Rous me engañe de esta manera tan desafiante y sin escrúpulos. —gruñó Caleb, intentando apartarlo.
Milán dio un paso al frente, invadiéndole el espacio. —No. No este día. —Su sonrisa era fina, casi irónica—. Los inversionistas están aquí por ti. Quieren respuestas, firmas, garantías. ¿Si te vas ahora? Todo lo que hemos construido se viene abajo y justamente Rous con todo ello.
Caleb lo fulminó con la mirada. —No sabes lo que está pasando, ¿verdad? Es la manera en la que ella encontr