Malakai se sentó en su silla de madera pesada, el crujido del asiento apenas audible sobre el crepitar del fuego en la chimenea. Sus ojos, de un ámbar profundo, estaban fijos en las llamas danzantes como si buscaran respuestas que no podría encontrar, los rumores sobre Natalie y lo activa que era sexualmente, habían comenzado a circular días atrás por el rancho, y cada palabra pronunciada por los rancheros lo llenaba de un veneno que no esperaba sentir, se decía que Natalie estaba jugando con Nero y Terry, que manipulaba sus corazones para conseguir lo que quería, pero peor aún, eran los susurros que insinuaban que ambos jóvenes eran sus amantes.
Malakai se pasó una mano por el cabello, frustrado, intentando desterrar esas ideas de su mente, pero la duda ya había echado raíces, después de todo, había escuchado muchas cosas de la madre de Natalie, y bien dicen que la fruta no cae muy lejos del árbol ¿verdad? y aunque no quería creerlo, algo en su interior, algo primitivo y visceral, lo