—¿Tienes hambre? —Marco levanta la cabeza y me mira.
—Púdrete... —me responde.
Levanto los hombros sin importancia.
Ya han pasado dos semanas desde que lo tengo encerrado.
—¿Qué es esa forma de hablarle a tu dueño? —lo agarro de cabello y le doy un puñetazo en el estómago.
—¡AH!...
Lo tengo colgado con cadenas que atan sus brazos de lado a lado. Sus pies tocan el suelo. Así ha estado durante dos semanas completas.
—¿Por qué intentaste matar a nuestro padre...? —levanta la cabeza y ríe.
—¿Nuestro padre? Ese viejo de mierda no es mi padre. Pero al menos yo llevo su sangre. Tú no. ¿Quién carajo te crees, bastardo? —me escupe la cara.
—Oh... —me limpio la cara con calma.
—Conoce tu lugar, infeliz. Que te hayas quedado con todo no te quita lo bajo de tu clase.
—JAJAJAJA —me río mientras me levanto y estrello la silla contra el suelo.
—¡Vengan y quítenle los pantalones a este imbécil! Necesita una buena paliza para controlar ese mal genio. —se remueve.
—¿Qué vas a hacer, imbécil? ¡Mátame ya