Verle la cara me molesta, no la soporto y ver como me desea, la forma en la que me mira y me disfruta sin siquiera tocarme me da náuseas, un asco muy grande que va mucho más allá de un ataque de celos.
—Que coño haces...? —la encara Samuel.
—Descubrir a tu amante —Sheyla cruza el umbral y cierra la puerta detrás de ella —. Lo tengo todo grabado. Que beso más tierno.
—No tengo nada con él y lo sabes —me defiendo ante su irónica forma de hablar.
—¡No! —niega estirando los labios y es repugnante —. No lo sé, y tu marido no estará muy contento con esto... yo en cambio seré la única dueña del club y las empresas si Samuel muere y créanme que soy muy capaz de provocar a Moskav para quitarme del medio dos ratas de un tirón, creo que los dos lo saben, Samuel va a amorir si Ian ve esto.
Me revienta que tenga razón y me gustaría darle de hostias a su marido por haberle dado esos cartuchos para tenerlos cogidos por los huesos ahora.
—¿Que quieres, Sheyla? —él resume el desatre a esa pregunta.
—