Tristán.
Cada vez que bebía de Victoria, me resultaba difícil parar, me superaba y, consecuentemente, la había debilitado hasta el punto de desmayarla. La llevé a mi departamento para supervisar su recuperación; una de las ventajas del linaje que poseía era que su sangre se regeneraba de manera rápida; no tenía que esperar mucho para que sus glóbulos rojos se renovaran.
Me senté a su lado, me inquietaba que todavía no recuperaba la conciencia, examiné su pulso y tuve la sensación de que ya se estaba estabilizando. No pude resistir el deseo de acariciarle la cara, y posteriormente un suspiro se materializó. Victoria, tal como la mayoría de los humanos, sostenía que para ser amada e idolatrada, era necesario ser perfecta físicamente. Sin embargo, ella no comprendía a cabalidad lo que me hacía sentir. Mi opinión era distinta, ya que Victoria no tenía conocimiento acerca del poder de seducción que poseía.
Me levanté del sofá y empecé a caminar por la habitación.
—Se pondrían difíciles las