Capítulo 50 — Lágrimas en la sala rosa
La tarde caía lenta sobre la residencia Derby, era uno de esos días apacibles en los que las damas de la casa se dedicaban a los pequeños oficios que llenaban las horas tranquilas.
Amanda estaba sentada junto a la ventana, remendando con destreza un par de vestidos. El hilo plateado se deslizaba ágil entre sus dedos, iluminado por la luz del sol que se filtraba entre los visillos. Clara, más al fondo, terminaba un bordado enmarcado por flores silvestres; su expresión concentrada y serena revelaba el placer que encontraba en las labores minuciosas.
Virginia, en cambio, había decidido sumergirse en la lectura. Sostenía entre sus manos un grueso volumen sobre tratados de siembra y arrendatarios, un tema que el conde le había recomendado para comprender mejor la administración de las tierras del norte. Aunque podía parecer muy aburrido, a ella le resultaba fascinante.
El silencio se rompió cuando el mayordomo abrió con delicadeza la puerta y, con una