Capítulo 47 — Entre fresas y sospechas
La señorita Virginia Herbert, con un sombrero de paja y un delantal de lino claro, se inclinaba con gracia sobre los bancales de fresas. Sus manos, delicadas pero firmes, recogían los frutos maduros con el mismo cuidado con que revisaba los papeles del conde cada mañana.
Aquel rincón del jardín se había convertido en su refugio. Su lugar preferido de esa casa. Allí podía pensar, respirar, y por un instante olvidar las formalidades de la alta sociedad londinense. A su alrededor, el aire olía a tierra húmeda y dulzura.
Mientras cortaba una fresa particularmente grande, escuchó pasos que se acercaban. Al voltear, se encontró con una figura masculina que se recortaba contra la entrada del invernadero. Sir Sebastian Corner.
— Buenos días, señorita Herbert —saludó él con una sonrisa cuidadosamente ensayada—. Me dijeron que estaba aquí y no quise interrumpirla… aunque admito que la curiosidad me ganó.
Virginia levantó la vista, algo sorprendida. No espe