La mañana comenzó de la misma forma que la anterior. Amanda entró en silencio, abrió las cortinas y dejó que la tenue luz londinense se filtrara en la habitación. Virginia giró la cabeza y gruñó suavemente. Sentía el cuerpo pesado, como si los días en ese siglo le cayeran encima con un peso inesperado.
—Buenos días, señorita —dijo Amanda, inclinándose levemente.
—Buenos días —respondió Virginia, con voz ronca—. Dime algo, Amanda… ¿cuándo voy a poder bañarme?
La doncella la miró sorprendida, casi divertida por la urgencia