**Capítulo 100** La confesión del supremo.
Caleb avanzó con paso firme por el calabozo impregnado de humedad y desesperación, sus botas resonaban contra las piedras frías del suelo, y la penumbra parecía abrazarlo como un viejo amigo.
Sus ojos brillaban como brasas, listos para cualquier desafío que se presentara en aquel oscuro lugar. Al llegar frente a la celda de Isabela, una figura encorvada y débil lo recibió con un bufido, apenas sostenida por las manos que se aferraban con fuerza a los barrotes oxidados.
Isabela levantó la vista y su rostro, pálido incluso para una vampiresa, se torció en una mueca de disgusto al reconocerlo.
—¿Qué trae al gran lobo oscuro por aquí? —espetó Isabella, muy sarcástica y cabreada—. Si no me hubieras obligado a aceptar tu maldita decisión, yo no estaría encerrada en este asqueroso lugar.
Caleb no pudo evitar soltar una carcajada burlona y llena de crueldad.
—No olvides que estás aquí porque quisiste deshacerte de la humana, Isabela. —Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de autori