72- Donde caen los tiranos, crecen raíces nuevas.
Al sentir el desgarrador vacío que deja la desconexión con su alfa, los lobos —niños, adolescentes, mujeres y ancianos— comenzaron a salir de sus casas, desorientados y con el instinto roto.
Poco a poco, se fueron acercando, formando un círculo alrededor de Elyria y Gregor.
Incluso los guerreros que ella había herido, pero no matado, se arrastraban con dificultad hacia ellos. Elyria no deseaba más sangre de la necesaria. Su objetivo siempre había sido claro: Ronald y Mairen. Nadie más le importaba. Nadie más merecía su furia.
—¡Ganamos! —exclamó Elyria, sin poder ocultar la alegría que hervía en su pecho. Lo había prometido y lo había cumplido. El poder dentro de ella no la había fallado, y Gregor seguía a su lado, entero, firme, con la mirada más viva que nunca.
—Así es, mi luna. Ganamos. Al fin podré dedicarme a cuidar de mi gente, sin que alguien sabotee cada paso ni planee herirme a través de los que amo.
Gregor la rodeó por la cintura, fuerte y cálido, y con una mano le acarici