Ronald se acuclilló sobre Elyria, dejando que sus colmillos salieran, largos y afilados. Elyria contuvo un espasmo de asco cuando la lengua rasposa de Ronald recorrió su cuello, buscando el punto exacto para marcarla. Un chasquido metálico llamó la atención de Ronald, pero le restó importancia sin imaginarse que los brazaletes de Elyria se habían roto en ese momento. De pronto, unas garras se hundieron en el pecho de Ronald. Quien gimió, retrocediendo unos centímetros; y el dolor brilló en sus pupilas.—¡Tú no eres mi compañero! Nunca lo fuiste —gruñó Elyria, con la voz densa de su loba—. Hueles… a carroña.—¿C-cómo…? —Ronald se echó hacia atrás, horrorizado al ver la sangre empapar su camisa.Elyria forzó una sonrisa. Apenas había logrado transformar una mano; ya que su poder estaba lejos del cien por ciento, pero le bastaba con haberlo herido.Ronald, tambaleante, miraba con asombro los brazaletes despedazados junto a su presa. El miedo surcó su rostro, aunque la codicia lo man
Sin decir una palabra, Cloe levantó los brazos y, con un gesto suave, pero poderoso, invocó su divinidad. Un resplandor etéreo brotó de sus manos, creando hebras plateadas que se entrelazaron formando un domo translúcido que descendió como un escudo entre Elyria y el mundo exterior.Gregor fue empujado hacia atrás por una fuerza invisible, quedando fuera, apenas de pie, mientras observaba impotente cómo su luna, la mujer por la que daría su vida sin pensarlo, quedaba encerrada en aquel confinamiento mágico.Elyria que se había puesto de pie, cayó de rodillas dentro de la barrera, con el rostro entre las manos, ahogada por la culpa y el miedo. Y por más que trataba de reprimirlo, su poder seguía rugiendo dentro de ella como una bestia salvaje que exigía libertad.—Escúchame —susurró Cloe, apoyando la frente contra la de su hija—. Respira conmigo. Siente mi pulso, y siente el de tu padre. Deja que la luz se compacte dentro de ti; no luches contra ella, abrázala.Elyria cerró los ojos.
A mitad del camino hacia la manada, Gregor, sin poder transformarse, trastabilló, mientras su respiración se volvía errática y el sudor le perlaba la frente. Cloe, que iba caminando delante, se detuvo, mirando de reojo que él apenas podía mantenerse en pie, y no lo pensó dos veces. Lo sostuvo sobre su hombro con fuerza, sintiendo el peso de su cuerpo.—¡Aguanta, alfa Gregor! —le ordenó.Él intentó hablar, pero solo un gemido ronco y avergonzado, escapó de su garganta.La conexión con Ragnar… apenas la sentía. Era como si su lobo se hubiera desvanecido en la bruma.Cloe cerró los ojos y, invocando su poder divino, que los envolvió a ambos en una ráfaga de luz plateada. El aire a su alrededor chisporroteó antes de desaparecer, teletransportándolos directamente frente a la cabaña.Cuando cruzaron la puerta, todos se pusieron de pie de inmediato.—¡Madre! —gritaron los príncipes —. ¿Dónde están nuestro padre y Elyria?—¡Sí, mamá! ¿Dónde están ellos? —inquirió Thalia, con su mirada fija
El aura negra salió disparada del cuerpo de Kenna, envolviendo el lugar en un hedor a podredumbre.El grito de Kenna fue inhumano, como un alarido que helaba la sangre, que hablaba de una tortura que no era solo física, sino espiritual.Kenna cayó de rodillas, convulsionando, escupiendo bocanadas de sangre mientras su cuerpo se sacudía violentamente.Gregor, desde el suelo, también sintió como si su alma hubiera sido desgarrada.Aunque el dolor se atenuó, seguía desconectado de Ragnar, su lobo interno, que no respondía a sus llamados desesperados.Era como llamar al vacío.Cloe, sin un atisbo de piedad, caminó hasta Kenna, que apenas lograba levantar la cabeza, limpiándose la sangre de la comisura con el dorso tembloroso de su mano.—Tú —la señaló, con su aura de luna suprema, resplandeciendo como una sentencia de muerte—. ¿Sabes cuál es tu pecado?Kenna tembló como una hoja. Su loba interna, gemía, derrotada.—Sí, luna suprema… —balbuceó entre espasmos de dolor—. Yo cometí un error.
Dentro de la barrera, Ethan no soltaba a Elyria. La mantenía aferrada a su cuerpo, como si aún fuera aquella pequeña niña que corría a buscar refugio en su abrazo. Su pecho vibraba con cada gruñido contenido, y, curiosamente, eso le arrancaba una sonrisa a Elyria.—Ya te lo dije, papá —murmuró con dulzura, acariciando la barba incipiente de Ethan—. Ese alfa está herido. Le clavé mis garras con malicia. No creo que pueda levantarse en un buen rato... Y tú, como supremo, no puedes inmiscuirte en asuntos internos de una manada. Así que no puedes matarlo.Era la décima vez que se lo repetía. Desde que se habían quedado solos bajo aquella barrera, Ethan había intentado romperla más de una vez, dispuesto a salir en busca de Ronald. Pero Elyria, aunque su propia furia hervía en sus venas, se lo impedía con determinación.—Esto no es un simple conflicto de manada —gruñó Ethan, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. ¡Se atrevió a tocarte! Eres mi princesa. Eso es u
Frente a ella, Cloe y Ethan sonreían con un orgullo puro y desbordante, mirándola con el mismo amor irrestricto con el que la habían observado dar su primer paso, o pronunciar su primera palabra.—Sí, mi amor —dijo Cloe, con los ojos brillando de lágrimas—. Te lo dije... Eres capaz de todo.Ambos la abrazaron, envolviéndola en un refugio de ternura que por un instante alejó todo el dolor y la tragedia que los rodeaba. Elyria, con las mejillas empapadas de llanto, soltó una risa ahogada.—¿Pero por qué... aquella vez... no pude? —preguntó entre balbuceos, buscando respuestas en sus padres.Cloe le acarició la mejilla con ternura infinita, limpiando sus lágrimas con el pulgar.—Porque entonces no creíste en ti —le explicó en un susurro cálido—. Te negaste a la posibilidad de ser apta. Hoy, cuando el amor y la vida de tu compañero estuvieron en juego, no te quedó más opción que confiar... y ver de lo que eres capaz.Elyria soltó un suspiro tembloroso, y se dejó caer junto a Gregor. Lo a
Gregor la devoraba de manera embriagadora, dulce y con hambre, mordisqueando sus pezones erectos, y luego regresaba a su boca, invadiéndola con su lengua en una danza frenética, mientras sus manos descendían bajo las bragas, apretando sus nalgas con ansia posesiva.Sobre su vientre, Elyria podía sentir aquel miembro palpitante y firme, como una promesa inquebrantable de todo lo que estaba por venir.Su mente daba vueltas, su cuerpo clamaba por más. Quería ser poseída, quería sentirlo dentro, llenándola, quebrándola dulcemente. Con una chispa de travesura, deslizó su mano bajo su bóxer y al percibir su calor vibrante, su propio placer se disparó, haciéndola jadear.—Debes detenerte —gruñó Gregor entre dientes apretados, mientras ella lo masturbaba con movimientos lentos y tortuosos, al mismo tiempo que él hundía dos de sus dedos en su vagina, ávida de ser conquistada.Elyria gemía, desesperada, sumergida en un torbellino de placer que la arrastraba sin compasión. Y sin poder evitarlo,
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap