Capítulo 2
Era tarde cuando regresé a la casa de la manada. Pero no descansé, sino que fui directamente a limpiar las cosas.

Las túnicas ceremoniales de Alfa de Elio, los juguetes lobunos de los cachorros, los marcadores de olor familiar…

Todo lo lancé en cajas, uno por uno.

—Ana, ¿qué estás haciendo? ¿Has perdido la razón? —La grave voz de Elio llegó desde atrás.

Me giré, él estaba en el umbral de la puerta con los dos cachorros.

Sus ojos dorados de lobo se veían particularmente fríos bajo la luz de la Luna, tenía el ceño fruncido.

—¡¿Por qué mamá tira a la basura nuestro muñeco de entrenamiento de cacería?! —Marta corrió hacia mí, sus pequeñas piernas se movían rápidamente.

Al ver su ciervo favorito, tejido con hierba de cola de lobo, arrojado en una caja, su rostro se sonrojó con ira y sus orejas de lobo se erizaron con desconfianza.

Manuel también me enseñó sus colmillos de cachorro, gruñendo. —Solo fuimos un rato a la casa de la tía Isabela. ¿Tienes que desafiar la autoridad de papá así?

La mirada penetrante de Elio me examinó como si fuera una loba desobediente y de rango inferior. —A los cachorros les gusta estar cerca de Isabela. Siendo la Luna de la manada, ¿vas a armar un escándalo por algo tan pequeño, perturbando la armonía de la manada?

—No estoy armando un escándalo. —Respondí con calma y voz seca.

—¡Mentirosa! —Gritó Marta—. ¡Solo tienes celos porque la tía Isabela recibe la atención de papá! ¡Por eso tiraste mi juguete! ¡Eres una mala madre!

—Después de mi ceremonia de mayoría de edad, me iré a la casa de la tía Isabela —dijo Manuel, agarrando la mano de su hermana, gruñendo con fuerza—. ¡Y nunca volveré a verte!

Elio no corrigió la grosería de los cachorros, solo frunció un poco el ceño, sus profundos ojos lobunos me escudriñaron con la expresión que le mostraría a un lobo extraño y malcriado.

—Basta. —Dijo, moviendo apenas los labios, su voz baja era portadora de la autoridad natural de un Alfa.

Sus largos dedos ajustaron distraídamente el collar de colmillo de lobo. —Hay una reunión importante con el Consejo de Ancianos. Tira lo que quieras, pero no hagas mucho ruido, ni perturbes la armonía de la manada.

En cuanto la puerta se cerró, mis lágrimas silenciosas finalmente cayeron. Sentí como si mi corazón estuviese siendo desgarrado por garras lobunas, cada respiración era como un puñal de dolor.

Me limpié las lágrimas y miré el desastre esparcido por el suelo.

De repente, reí.

“No te preocupes, no los molestaré”.

“No por el resto de mi vida”.

Desde que Elio estampó su marca en ese contrato, dejé de ocuparme de los asuntos de la manada.

Ya no me levantaba al amanecer para mezclar jugos de hierbas con rocío matutino para fortalecer a los cachorros.

Ya no esperaba hasta tarde a que Elio regresara, para preparar el rocío de flor lunar que restauraba su energía.

Todas esas cosas que antes veía como mis deberes de Luna, ahora estaban abandonadas.

Al principio, ningún lobo de la manada notó que algo andaba mal.

Hasta que Manuel llegó tarde al entrenamiento de combate de los cachorros por falta de energía y recibió un severo regaño por parte del instructor Beta.

Hasta que Marta no encontró su hueso especial de oración en la ceremonia de sacrificio a la Diosa de la Luna.

Hasta que la marca Alfa de Elio, el tótem que representaba su poder y autoridad, comenzó a apagarse, perdiendo su brillo habitual.

Los omegas encargados de la vida diaria de la manada estaban desbordados, pero simplemente no podían estar a la altura del estándar de la Luna anterior.

El fregadero de la cocina se llenaba de platos sin lavar, los juguetes de los cachorros se esparcían por la sala, e incluso la túnica ceremonial de Alfa de Elio, que debía perfumarse con hierbas especiales, siempre olía raro.

La casa de la manada, antes tan ordenada bajo mi cuidado, impregnada con mi aroma curativo de Omega, se había vuelto un desastre lleno de caos y ansiedad.

Cuando Elio empujó la puerta de madera de mi habitación contigua, yo estaba junto a la ventana, leyendo una antigua guía herbal para hombres lobo.

La luz de la Luna se filtrada por la ventana, proyectando sombras moteadas sobre mí.

—¿Hasta cuándo seguirás probando mis límites? —Preguntó con voz baja, de pie en el umbral.

Cerré el libro y lo miré, mis ojos estaban calmados y vacíos. —No estoy probando tus límites.

—Entonces, ¿por qué ya no cumples con tus deberes como Luna? —Dio unos pasos más cerca. Su familiar aroma Alfa llenó el aire, pero solo me hizo sentir sofocada.

—¿Sigues resentida con Isabela?

—No estoy resentida —puse la guía a un lado—. Es solo que ya no quiero hacer esas cosas.

Elio entrecerró sus peligrosos ojos dorados de lobo, sus largos dedos golpearon suavemente el alféizar de piedra de la ventana. —Dame una razón.

—Estoy cansada —respondí con tranquilidad—. Hay muchos omegas en la manada. Si no lo hago yo, alguien más estará dispuesto.

Recordé mi vida pasada, me levantaba antes del amanecer cada día, usando mi habilidad curativa lobuna para armonizar las energías de la manada.

El agua que bebía Elio tenía que venir del lugar donde la luz de la Luna era más fuerte, su carne asada tenía que ser el corazón del alce más tierno. El pelaje de los cachorros tenía que lavarse con jugos específicos de flores y hierbas. Hasta la hierba donde jugaban debía purificarse con mi aroma para ahuyentar los espíritus malignos.

¿Y qué recibí a cambio? El aroma suave y poco disimulado de Elio hacia Isabela.

La dependencia total de los cachorros al dulce aroma Omega de "la tía Isabela".

Mi muerte solitaria en una noche de Luna llena a los sesenta y dos años, con mi alma lobuna dispersa.

—Ana —su voz se volvió fría, portadora de una advertencia Alfa—. Si tienes un problema, arréglalo a la manera de los hombres lobo, no actúes como una cría inmadura haciendo un berrinche.

Curvé los labios en una sonrisa sarcástica. —No estoy haciendo un berrinche. Solo quiero… descansar.

Antes de que terminara de hablar, la puerta se abrió violentamente, Manuel y Marta irrumpieron, con sus caritas llenas de rabia hacia mí.

—¡Mamá es muy perezosa! —Chilló Marta, casi aullando—. ¡Queremos que la tía Isabela nos cuide! ¡Su aroma es el más cómodo!

Manuel se unió. —¡La tía Isabela es más amable, más fuerte, y un millón de veces mejor que tú! ¡Ella es la verdadera Luna de nuestra manada!

Los ojos de Elio se quedaron fijos en mi rostro, como si esperara que cediera, que liberara de nuevo mi calmante aroma de Omega.

Pero respiré hondo y dije en voz baja. —Si creen que ella es tan genial, entonces tráiganla a la casa principal. No me opondré.

El aire se congeló al instante, incluso la luz de la Luna pareció detenerse.

El rostro de Elio se oscureció por completo, la presión del Alfa era casi sofocante.

—¿Estás segura? —Preguntó lentamente, con una tormenta en sus ojos dorados de lobo.

Luché contra esa presión, respirando hondo con dificultad, pero con firmeza. —Muy segura.

—¡Padre, vámonos! —Exclamó Marta, tirando de la ropa de Elio con impaciencia—. ¡Quiero que la tía Isabela venga ahora mismo! ¡Su lugar es muy pequeño!

—¡Si tenemos a la tía Isabela, no te necesitamos! —Manuel me lanzó una mirada feroz—. ¡Puedes irte! ¡Deja esta manada! ¡Nuestra manada no necesita a una Omega inútil como tú!

Elio me lanzó una última mirada.

Al ver que seguía inmóvil, sin siquiera pestañear, finalmente se dio la vuelta y se alejó con los dos cachorros que vitoreaban.

Me quedé allí, escuchando sus pasos que se alejaban, junto a los alegres aullidos de los cachorros, y cerré los ojos suavemente.

Pronto les daría lo que querían; los dejaría por completo, dejaría esa manada, dejaría ese sofocante vínculo con mi pareja.
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