El olor a Sombra de Hielo era tan penetrante, tan inconfundible en el aire viciado del establo, que por un instante temí que fuera otra ilusión. Miré a Ashen. Él había dejado de trabajar, la horquilla a medio levantar. Sus fosas nasales se dilataron y sus ojos, por una fracción de segundo, perdieron su fingida locura y mostraron la aguda concentración del cazador. Me miró. Asintió una sola vez, un movimiento casi imperceptible. Era real.
Un torbellino de pensamientos me asaltó. Hecate. Su línea de suministro. Pasaba por este pozo de miseria, por esta misma taberna. Estábamos a metros de la arteria que alimentaba su poder. Mi primer instinto fue soltar la horquilla, transformarme allí mismo y abrirme paso a dentelladas hasta la cocina, destrozar a quienquiera que estuviera manejando esa hierba y quemar el edificio hasta los cimientos.
"Paciencia", la voz de Ashen resonó en mi mente, no con telepatía, sino con el eco de sus incontables lecciones. Un lobo que caza con rabia, muere de ham