La puerta del cobertizo se cerró con un estruendo que pareció sellar nuestro destino. La oscuridad nos envolvió, una negrura casi total, rota solo por finas rendijas de luz de luna que se filtraban por entre las tablas de la pared. El único sonido era la respiración agitada y áspera de Ashen, una mezcla de esfuerzo real y actuación consumada. Afuera, las voces triunfantes de los guardias se alejaban, dejando tras de sí un silencio preñado de peligro y posibilidades.
Me quedé inmóvil, con la espalda pegada a la pared, mi corazón martilleando una cadencia de terror y alivio. Estaba aquí. Mi único aliado en el mundo estaba a menos de tres pasos de mí, en el corazón del territorio enemigo. El plan se había vuelto infinitamente más peligroso, e infinitamente más esperanzador.
—Fase dos —había dicho.
La simplicidad de sus palabras contrastaba con la locura de la situación. No había una fase dos. Esto era un salto a un abismo desconocido, y ambos estábamos cayendo juntos.
Lentamente, mis ojo