Las últimas palabras de Ashen quedaron suspendidas en el aire de la cueva, tan densas y frías como el humo. Lo miré fijamente, convencida de que no había oído bien, de que el veneno o el agotamiento me estaban haciendo alucinar. Volver al clan. Arrodillarme. Humillarme. Convertirme en una sombra a plena vista.
La idea era tan demencial, tan contraria a cada fibra de mi ser, que la primera reacción que tuve fue una risa. Fue un sonido seco, áspero, desprovisto de cualquier alegría.
—Estás loco —dije, negando con la cabeza—. Completamente loco. ¿Volver? ¿Después de lo que hice en El Límite? Rheon me despellejará viva antes de que pueda pronunciar la primera palabra de esa supuesta súplica.
"¡Nos matarán!", aulló Nera en mi mente, su pánico se convirtió en una furia renovada. "¡Es una sentencia de muerte! ¡Este hombre nos envía al matadero! Deberíamos matarlo a él primero por sugerirlo".
Ashen no se inmutó ante mi reacción. Su expresión permaneció impasible, la de un maestro tallador que