Las palabras de Ashen cayeron sobre mí en el silencio del crepúsculo, no como una revelación, sino como una sentencia. "El arma que puede matar a las sombras también puede matarte a ti". El triunfo que había sentido por haber invocado la luz se evaporó, reemplazado por un pavor helado que se aferró a mis huesos.
Me quedé allí, en el centro del claro, sintiendo el vacío que la pequeña esfera de luz había dejado tras de sí. Era una debilidad tangible, un hueco en mi alma. Mi mayor poder, mi herencia divina, era una espada de doble filo, y yo estaba parada precariamente en el medio.
"¿Una maldición?", la voz de Nera en mi mente era un siseo de incredulidad y rabia. "¿Qué clase de regalo es este que nos desangra el alma al usarlo? ¡La Diosa nos ha dado un arma suicida! ¡Es una trampa!".
—No es una trampa —repliqué en voz baja, más para convencerme a mí misma que a ella—. Es una prueba.
—Toda fuerza verdadera tiene un precio, Naira —dijo Ashen, su voz me sacó de mi tormenta interna—. El lo