Puse una mano protectora sobre mi vientre, sobre la prueba viviente de mi traición. Mis cachorros. El terror retrocedió, reemplazado por una oleada de feroz determinación. Había sobrevivido. Habíamos sobrevivido. Y ahora, tenía la llave.
Tenía el arma que necesitaba para desenterrar el pasado y proteger su futuro.
Debía salir de allí. La distracción en los campos de entrenamiento no duraría para siempre. Los pasillos, ahora inquietantemente silenciosos, pronto volverían a llenarse de guardias. Cada segundo que pasaba aumentaba el riesgo.
Mi cuerpo, que aún estaba débil por la batalla interna contra el veneno, protestaba con cada paso. Correr no era una opción. Solo podía moverme con un sigilo deliberado, era como una sombra aferrada a las paredes, y mis pies descalzos no hacían ruido sobre la piedra helada. El eco distante de los últimos gritos de la pelea orquestada se desvanecía, y con él, mi ventana de oportunidad.
Llegué al gran vestíbulo que precedía a las puertas principales de