El amanecer encontró a Umbra Lux despierto.
No en vigilia colectiva, no en alerta formal, sino en ese estado incómodo en el que el cuerpo descansa, pero la mente se mantiene tensa, incapaz de entregarse del todo al sueño. Los lobos se movían con cuidado entre los árboles y las rocas, como si el territorio ya no fuera completamente suyo, como si cada paso necesitara ser pensado dos veces antes de ejecutarse.
No había órdenes.
No había turnos claros.
Y eso, más que cualquier amenaza externa, comenzaba a pesar.
Me desperté antes de que Ashen regresara de su ronda improvisada. No porque hubiera peligro inmediato, sino porque algo en el aire había cambiado de textura. Era sutil, pero reconocible. Como cuando una tormenta no se anuncia con truenos, sino con una presión extraña en los pulmones, con un silencio que no pertenece a la calma.
El claro no estaba vacío cuando llegué.
Tampoco estaba lleno.
Los grupos se habían reorganizado sin darse cuenta. No por jerarquía, sino por afinidad. Algu