La noche cayó por completo sobre Umbra Lux sin dramatismos.
No hubo aullidos que marcaran el cambio de guardia, ni cantos antiguos para sellar el descanso. Nadie reclamó el derecho a nombrar la oscuridad. El cielo se cerró sobre el territorio con una quietud espesa, como si incluso las estrellas hubieran decidido observar en silencio, conscientes de que cualquier gesto demasiado brillante podría ser interpretado como una toma de partido. El bosque respiraba, sí, pero lo hacía con cuidado, como un cuerpo que acaba de sobrevivir a una herida profunda y todavía no confía del todo en sus propios latidos.
Yo no regresé al claro.
Me interné apenas unos metros entre los árboles, lo suficiente para que el murmullo del clan se volviera un fondo difuso, no una carga constante. No buscaba aislamiento total, solo espacio para que la presencia de los demás no empujara mis pensamientos en direcciones que aún no estaba lista para explorar. El tronco contra el que me apoyé era viejo, rugoso, cubierto